El cornejo (Cornus sanguinea, familia Cornáceas) es un arbusto que en zonas umbrías puede llegar hasta 8 m de altura, con las ramas de color rojo oscuro o pardo rojizo.
Las flores son pequeñas y blancas. Presentan el cáliz reducido a cuatro dientecitos; la corola tiene cuatro pétalos libres y cruzados; y hay cuatro estambres. Se agrupan en ramilletes densos, en los cuales todas las flores se abren a la misma altura.
Los frutos son redondeados, de 5 a 6 mm de diámetro, están coronados por el cáliz que perdura, y tienen color azul tan intenso, que parecen negros. Su carne es muy escasa, porque casi todo es hueso, y de sabor amargo.
Florece en mayo y junio, y madura sus frutos en otoño.
Vive en los barrancos y en las laderas sombrías de todo el norte de la Península, desde el extremo oriental de los Pirineos hasta Galicia. Se enrarece mucho hacia el centro y el sur, faltando en extensos territorios de la mitad meridional.
Las hojas contienen ácido salicílico; los frutos, malato cálcico; y las semillas, hasta el 20 % de aceite.
Los frutos y la corteza se consideraron febrífugos.
El aceite que contienen las semillas, se usaba antiguamente en las lámparas de aceite.
Por sus características, la madera de las ramas se ha utilizado para fabricar cestos; y la madera del tronco para mangos de herramientas.
Es una planta útil para realizar setos.
Se le atribuyeron virtudes contra la rabia en el pasado, y se creía que los caballos fustigados con las ramas de esta planta orinaban sangre.
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